REPROBADO

Valdir Souza Alves, estudiante brasileño, se sentó a esperar el resultado de su examen de matemáticas. De día trabajaba en un restaurante; de noche asistía a clases en una escuela de enseñanza secundaria de São Pablo. Antes de acostarse, dedicaba tres o cuatro horas a sus estudios.

Pero le costaba estudiar, sobre todo matemáticas. Ya había sido reprobado una vez en ese mismo examen. Cuando el profesor le devolvió el examen, lo primero que Valdir vio otra vez fue la palabra fatídica escrita en tinta roja: «Reprobado».

Esa calificación lo dejó con el ánimo por el suelo. Estaba convencido de que era un fracasado, que no servía para nada y que nunca obtendría el título que tanto anhelaba. Víctima de una depresión profunda, sacó del bolsillo un pequeño revolver calibre 38. Sólo tenía dieciocho años.

La palabra «reprobado» es, sin lugar a dudas, una de las más duras que se pueda decir o escribir de una persona. Para algunos, el término «reprobado» equivale a fracasado, acabado, terminado, destruido. Como participio de «reprobar», tiene por pariente al adjetivo «réprobo», que se define con las acepciones «condenado al infierno», «apartado de la convivencia con los demás», «malvado» y «perverso».

Así como Valdir Souza Alves, hubo dos entre los doce apóstoles de Jesucristo que se sintieron reprobados. Pero en el caso de esos dos discípulos, no se debió a que su maestro los reprobara, sino a que ellos le fallaron a Él. El uno lo negó; el otro lo traicionó. Ambos le dieron la espalda cuando Él más necesitaba su respaldo, a pesar de que Él les había profetizado por separado que lo iban a hacer.

Simón Pedro lloró amargamente antes de ver morir a Jesucristo en la cruz por sus pecados, y posteriormente, luego de que Cristo resucitó, se reconcilió con Él por iniciativa de su Maestro. En cambio, Judas Iscariote no llegó a ver a su Maestro dar la vida por Él, sino que se suicidó, convencido de que no era más que un discípulo fracasado y condenado. ¡Qué triste desenlace, cuando consideramos que Cristo no vino para condenar sino para salvar!

Cuando Cristo murió en esa cruz, lo hizo tanto por Pedro como por Judas. Y lo hizo también por Valdir y por todos los que, al igual que ellos, fallaran y necesitaran el perdón. Porque lejos de reprobarnos, Cristo quiere perdonarnos como perdonó al malhechor arrepentido que fue crucificado a su lado, y abrirnos de par en par las puertas del Paraíso.

por Carlos Rey

DIVORCIO DE HIJOS Y PADRES

El juez golpeó la mesa con el martillo, y solemnemente pronunció la sentencia: «Concedida la demanda. Gregory queda divorciado de Raquel.» Pero en este caso se refería al divorcio en sentido figurado, porque quien se divorciaba era un niño de doce años de edad.

El menor había solicitado, en un tribunal de la Florida en los Estados Unidos, divorciarse de su madre Raquel Kinsley para poder ser adoptado legalmente por George y Lizz Russ, la pareja que lo había prohijado. El juez concedió este extraño divorcio porque Raquel, la madre, había abandonado por completo a su hijo prácticamente desde que nació.

En la actualidad los divorcios no son excepcionales, pero este divorcio es singular porque lo solicitó contra su madre un niño de doce años. La madre era drogadicta, mujer de bares y clubes nocturnos, de hombres, de fiestas y de abandono. En los doce años de la vida de Gregory, Raquel nunca fungió como verdadera madre. Fue madre biológica y nada más.

Gregory nunca tuvo cariño, ni educación ni cuidado. En cambio, la otra pareja le dio a Gregory todo lo que un niño necesita: amor, protección, consejos y la palabra mágica «hogar».

Lo cierto es que el hogar y la familia están sufriendo un ataque despiadado por parte de fuerzas enemigas como lo son el desapego de los padres hacia los hijos, la libertad excesiva, los vicios desenfrenados, la inmoralidad desvergonzada, y la irreligiosidad. La antigua institución judeo-cristiana se bambolea: las paredes se resquebrajan, el techo se hunde, los cimientos ceden y la casa se viene abajo.

¿Qué consecuencias trae este derrumbe del hogar, especialmente entre los adolescentes? Drogadicción, pandillaje, relaciones sexuales fuera del matrimonio, embarazos indeseados, delincuencia juvenil. Todos estos males tienen origen en hogares que no son hogares sino sólo casas, cuatro paredes frías sin alma.

¿De dónde proceden todos estos males sociales? De un gran divorcio previo, cuando el hombre se divorció de Dios. Todos los males que hay en el mundo —y la lista es larga— provienen de aquel primer divorcio que Adán y Eva hicieron de Dios su Creador y Padre.

Sin embargo, es posible reconciliarse con Dios y volver a casarse. Hay sanidad en la familia cuando se restablece esta comunión. Sometámonos al señorío de Jesuscristo. Cuando Él es Señor de nuestra vida, de nuestro matrimonio y de nuestro hogar, todo cambia. Él está en este momento tocando a la puerta de nuestro corazón. Abrámosela hoy mismo.

por el Hermano Pablo